En el mundo actual, existe una falla estructural en el modelo de vida, que arrasa la naturaleza para mantener una forma hostil de habitar el planeta, cuyo principal objetivo es mantener funcionando las máquinas que producen objetos, los mercados donde venderlas y el nivel de vida de las élites que se lucran de todo eso. Estas últimas, por su parte, dominan y manipulan las sociedades, mediante la propaganda mediática difundida en canciones, telenovelas, cine, periódicos, religión, educación errónea y hasta los sueños.
Enfrentar ese modelo del mundo destructivo: basado en el consumo excesivo que ha generado el deterioro ambiental, requiere una reacción frontal que debe cuestionar su idea de desarrollo y prosperidad. Lastimosamente no se asume una posición en ese sentido, porque se piensa, o se hace pensar, que reaccionar al modelo del mundo actual acarrearía un colapso económico y ocasionaría un desastre de proporciones asombrosas. Queda la sociedad y los individuos ante la encrucijada de optar entre una alternativa que a largo plazo implique un cambio de mentalidad hacia la conservación de las condiciones de vida, o adoptar soluciones coyunturales que apuntan a pequeños e insignificantes cambios dentro de un modelo político, económico y social autodestructivo. [1]
A través de las organizaciones políticas globales, llámense ONU, OEA, Unión Europea o como sea, el hombre tiene la tarea enorme, decidir y adoptar algo realmente decisivo frente a los problemas para la supervivencia en el planeta. Dichas organizaciones deben ponerse en la tarea de frenar la destrucción del planeta como postulado básico de coexistencia de los pueblos y procurar restablecer el equilibrio vital.
Y corresponde a las personas todas, como ciudadanos, como seres vivos pertenecientes a la entidad viva llamada planeta Tierra reflexionar, sobre su rol de consumidores, pues cada que se adquiere un bien cabe preguntarse de dónde viene tanta materia prima, cuanta energía se usó para transformarla, cuanta gasolina se usó para trasportar los productos finales hasta las manos del consumidor final. Todo este movimiento de materias primas convertidas en mercancías, a la postre produce la gran e insalvable brecha entre lo que se consume y lo que se conserva.
[1] Puede ser que la conservación del agua frente al comportamiento humano en el planeta se pueda plantear a partir de la paradoja de vivir en un planeta de Agua cuyo nombre es Tierra. Se ha desarrollado un sentido y una conciencia errada en el conocimiento de la vida del planeta, merced al método usado en el avance de la civilización; en el mismo sentido y con la misma mentalidad con que la ciencia oficial enseña la mecánica de los fluidos: como una parcela de la mecánica de los sólidos.
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