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martes, 31 de enero de 2012

Cuando el punto donde el agua cae por años acaba por no tener fondo... hasta donde irán después las gotas que lo formaron. Se abrirán campo en el espacio o serán nuevamente atrapadas por la gravedad y van a formar un ojo de agua y se van a poner a correr por el mundo encontrándose con todas las sorpresas del mundo de la superficie. De un mundo que ya no es roca ni su corazón, sino una multiforme piel que a veces esta iluminada y otras veces haya que adivinarla en la oscuridad. Pero si no, si realmente cuando se acabe la piedra sobre la que ha caído pueda seguir un viaje eterno por el espacio hacia abajo, siempre hacia abajo, teniendo, de hecho, por primera vez certeza de lo que es el abajo. Descender a hasta desaparecer en el infinito, o pervivir en el infinito, con la memoria como equipaje (porque una gota de agua, tiene memoria y todo lo que tenemos todos los seres.)
Como se corre el riesgo de romperse el alma inmediatamente después de alcanzar la certeza de su existencia, el resto del camino por andar, desde el segundo siguiente al punto del des(a)tino donde se quiebra la cintura, como los mejores dribladores de la historia, ha de hacerse con la cabeza levantada, y corriendo, pero en puntillas para poder hacer el cambio de dirección en el momento menos esperado para el contrario.

Y como ese riesgo es demasiado grande, no tiene que estar actuando al tiempo con otros riesgos. Hay que cuidar que las cosas giren, en la medida de lo posible, alrededor del encuentro del alma y su consecutivo rompimiento.

Y en cada amanecer, al cambiar la luz de lugar, al cambiar el punto de máxima atención, la cara se hará como una uva pasa, sobre todo en la parte donde los ojos se quedaron sin juntarse, que lo primero que miren mis ojos al despertar sea la parte interior de los párpados, la luz puede esperar. Hay que prepararse para lo demás que jamás será lo mismo.